En vacaciones de invierno: 12 recomendaciones KDOCE

Carlos Valenzuela Vásquez

Carlos Valenzuela

Jefe Diseño y Marketing KDOCE. Diseñador, Licenciado en Artes y Ciencias de la Comunicación visual. Postítulo en Diseño editorial. Diplomado en fotografía contemporánea.

En vacaciones de invierno: 12 recomendaciones KDOCE

Las vacaciones de invierno son mucho más que un receso escolar: son una oportunidad concreta para cuidar el bienestar emocional, fortalecer los vínculos familiares y permitir que nuestros estudiantes se reconecten con su mundo interno. En un contexto donde el año académico puede ser exigente, este tiempo de pausa permite bajar el ritmo, reorganizar rutinas y generar experiencias significativas fuera del aula.

Desde KDOCE, sabemos que las vacaciones de invierno son una oportunidad de crecimiento. Por eso, hemos preparado estas 12 recomendaciones para vivir unas vacaciones que fortalezcan la curiosidad de nuestros estudiantes, porque educar no se detiene fuera del aula.

1. Descansar también es aprender

En el marco del desarrollo integral, el descanso no se concibe como un tiempo vacío, sino como una experiencia formativa. Las vacaciones de invierno permiten reducir el estrés acumulado del primer semestre, recuperar la energía física y mental, y reorganizar internamente lo vivido. El sueño de calidad y el reposo durante el día no solo impactan positivamente en la salud, sino que también favorecen funciones cognitivas superiores como la memoria, la atención sostenida y la regulación emocional.

En los primeros años de escolaridad, el descanso cumple un rol reparador fundamental para el sistema nervioso central. En edades mayores, permite tomar distancia crítica del proceso escolar, fortalecer la autonomía y preparar de forma saludable el regreso a clases. Por lo tanto, educar en la importancia del descanso es formar una conciencia de autocuidado y de respeto por los propios ritmos vitales.

2. Rutinas suaves, pero presentes

Las rutinas son estructuras simbólicas que organizan el tiempo, brindan seguridad emocional y facilitan la autorregulación en niños y niñas. Durante las vacaciones de invierno, la ausencia de obligaciones académicas no significa eliminar toda forma de estructura, sino rediseñarla de forma más flexible, afectiva y equilibrada. Una rutina invernal no debe centrarse en el rendimiento, sino en promover bienestar y armonía en la convivencia familiar.

Cuando los adultos modelan un ritmo saludable con horarios para despertar, alimentarse, leer, descansar y compartir, están enseñando habilidades fundamentales para la vida. Esto se vuelve especialmente importante en contextos donde la ansiedad, el encierro o el mal tiempo dificultan la organización espontánea del día. Las rutinas, bien comprendidas y comunicadas, no son rígidas ni punitivas: son contenedoras y generadoras de confianza.

3. Jugar sin dirección

El juego libre y espontáneo es uno de los pilares más sólidos del aprendizaje en la infancia. A través del juego no estructurado, los niños y niñas acceden a procesos de simbolización, resolución de problemas, exploración del entorno y expresión emocional. Jugar sin que un adulto dirija, corrija o determine el “para qué” es ofrecer un espacio donde el pensamiento divergente, la creatividad y la imaginación pueden florecer sin límites.

En vacaciones de invierno, el juego adquiere nuevas formas: desde dramatizar historias inventadas o transformar objetos cotidianos en herramientas simbólicas. Estos juegos permiten ensayar roles sociales, narrar conflictos internos y explorar el mundo desde una posición activa. Lejos de ser una distracción, el juego libre es un lenguaje que educa profundamente.

4. Pantallas con propósito, no por costumbre

Las tecnologías digitales están presentes en la vida cotidiana, y durante las vacaciones de invierno su uso puede intensificarse debido al encierro o a la falta de actividades programadas. Sin embargo, es fundamental promover un uso intencionado, activo y significativo de las pantallas. La tecnología debe ser una herramienta de exploración, creación o comunicación, y no una fuente constante de sobreestimulación o aislamiento.

Evitar el consumo pasivo de contenidos y fomentar la selección de propuestas de calidad permite que los estudiantes desarrollen pensamiento crítico, autorregulación y criterios de uso saludable. Compartir tiempo frente a la pantalla, dialogar sobre lo visto y alternar estas experiencias con otras más activas, es una forma de acompañamiento educativo y afectivo.

5. Movimiento físico en espacios interiores o cercanos

El cuerpo no se apaga en invierno, solo cambia de ritmo. La actividad física, incluso de baja intensidad, contribuye significativamente al bienestar integral. Saltar, bailar, estirarse o jugar en movimiento mejora la regulación emocional, fortalece las habilidades motoras gruesas y previene el sedentarismo, que puede acentuarse durante los días fríos o lluviosos.

Promover rutinas de movimiento dentro del hogar, organizar juegos de acción en espacios seguros o salir a caminar abrigados por el barrio, son formas simples y efectivas de cuidar el cuerpo y la mente. La educación física comienza en casa cuando se comprende que moverse no es solo una necesidad biológica, sino una forma de expresión, autonomía y vitalidad.

6. Cocinar y hacer cosas juntos

Las actividades domésticas compartidas también son escenarios de aprendizaje profundo. Cocinar, ordenar, reciclar, sembrar o reparar algo en casa permite poner en práctica habilidades cognitivas (secuencias como contar, clasificar), al mismo tiempo que fortalece el vínculo entre adultos y niños. Son espacios cotidianos que, lejos de ser rutinarios, pueden convertirse en laboratorios de experimentación y diálogo.

Invitar a participar de estas actividades, sin sobre exigir resultados ni buscar perfección, promueve la autonomía, la responsabilidad y la colaboración. Estas experiencias también enseñan a valorar el trabajo compartido, a entender el esfuerzo implicado en los cuidados del hogar, y a generar sentido de pertenencia dentro del espacio familiar.

7. Fomentar la lectura por gusto

La lectura no debe quedar asociada exclusivamente al contexto escolar o a la obligación de responder preguntas. Leer en vacaciones, especialmente por placer, permite desarrollar una relación más afectiva y significativa con los libros. La lectura compartida, la exploración libre de textos, los cuentos antes de dormir o simplemente el silencio lector en conjunto, son actos que fortalecen el pensamiento, la empatía y la concentración.

Fomentar un ambiente lector en casa implica disponibilidad de libros, tiempo sin interrupciones y adultos que modelen interés genuino por la lectura. La lectura es también una forma de acompañamiento emocional: permite habitar mundos imaginarios, explorar emociones complejas y ampliar el lenguaje interno con el que se interpreta la vida.

8. Aburrirse no está mal

El aburrimiento ha sido injustamente estigmatizado como una experiencia negativa. En realidad, se trata de un estado necesario para que surjan ideas propias, preguntas significativas y acciones espontáneas. En la infancia, tolerar el aburrimiento es una señal de madurez emocional y una puerta abierta a la creatividad.

Cuando todo está programado o supervisado por adultos, se inhibe la capacidad de autogestión y de exploración libre. El ocio no estructurado, especialmente en vacaciones, permite que los niños y niñas conecten con su mundo interno, desarrollen intereses propios y practiquen la toma de decisiones sin miedo al error.

9. Hablar de emociones y clima interno

El acompañamiento emocional durante las vacaciones es tan importante como el cuidado físico. Los niños y adolescentes atraviesan procesos afectivos complejos que deben ser escuchados, validados y comprendidos. Hablar de emociones, nombrarlas, normalizarlas y abrir espacios de escucha sin juicio contribuye a desarrollar inteligencia emocional y vínculos seguros.

En un tiempo sin las estructuras escolares, muchas veces afloran emociones contenidas: cansancio, frustración, enojo, tristeza o ansiedad. Las familias pueden transformarse en espacios de contención afectiva si ofrecen disponibilidad emocional, empatía y lenguaje claro. Educar también es enseñar a nombrar lo que se siente y a convivir con ello de forma saludable.

10. Evitar la sobreexposición a noticias y tensiones adultas

El entorno informativo y emocional del hogar tiene un impacto directo en el bienestar infantil. Exponer a niños y niñas a noticieros angustiantes, discusiones familiares o tensiones económicas, sin mediación adulta ni filtros adecuados, puede generar ansiedad, miedo y sensación de inseguridad. Las vacaciones deben ser un espacio de resguardo afectivo y estabilidad.

Esto no implica aislar, sino acompañar y explicar. Seleccionar qué se comparte, cómo se transmite y cuándo se conversa cada tema es parte del rol protector de las personas adultas. Educar en la esperanza, en la comprensión del contexto y en la capacidad de enfrentar la incertidumbre es tan importante como el contenido escolar.

11. Recordar que no todo requiere gasto

La construcción de recuerdos valiosos no depende del nivel de consumo. Las experiencias significativas muchas veces surgen de lo simple: una tarde de cuentos, risas en la mesa, un juego inventado o una conversación junto a la estufa. Enseñar que el bienestar no se compra es formar personas más conscientes, agradecidas y conectadas con su entorno.

Durante las vacaciones de invierno, cuando los recursos pueden ser limitados, es fundamental transmitir que el amor, el tiempo compartido y la atención plena tienen más valor que cualquier objeto. Esta perspectiva también educa en sostenibilidad, en empatía social y en creatividad para disfrutar sin excesos.

12. Las vacaciones también educan

Fuera del aula también se aprende. Las vacaciones de invierno pueden ser espacios formativos si se viven con intención, reflexión y afecto. Cada gesto cotidiano, cada juego, cada pregunta espontánea o cada momento de silencio compartido es una oportunidad para enseñar algo significativo.

Educar no es solo transmitir conocimientos: es generar experiencias que fortalezcan la identidad, la autoestima, el pensamiento crítico y la capacidad de convivir. Por eso, el hogar, la familia y los espacios comunitarios también forman parte del ecosistema educativo. Las vacaciones no interrumpen el aprendizaje: lo transforman.

Desde KDOCE invitamos a toda la comunidad educativa a vivir estas vacaciones de invierno con intención y creatividad. Porque un buen descanso es el mejor punto de partida para volver con más energía, motivación y alegría a la segunda mitad del año escolar.

Descansar es necesario. Conectar es urgente. Educar, siempre.

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